En un lugar profundo, recóndito, inexplorado, casi inalcanzable de miradas; salvaguardada por la uterina concavidad de la madre tierra, que aún virginal y fértil nutría con savia de ensueños la ilusión latente; la inspiración infinita y mágica, cual manantial inagotable de agua pura y cristalina; yacía, detenida en un espacio sin tiempos, que es decir sin pasado, presente ni futuro, una extraña y enigmática semilla azul.
Inexplicablemente, encapsulada en sí misma, poseía su propia universalidad de sensaciones. Universo mixturado de melodías armónicas y envolventes, que elevaban su espíritu inquieto y bohemio.
Misteriosa, aromada por nardos y jazmines, latía arrítmicamente al compás que le marcaba su propio corazón.
La niña, la joven, la mujer y la poeta habían decidido, luego de tanta historia inclemente, encaminarse hacia lo más intrínseco de sí misma y no regresar jamás al doloroso exterior.
Y la materia se volvió etérea, se consustanció tanto con el alma, que inaugurado el nuevo milenio, se fue convirtiendo en semilla y, coherente con el color que más la motivaba, decidió que sería azul.
Atesoró en ella el esplendor de las noches estrelladas; las mareas profundas, salobres como sus propias lágrimas; pinceladas de rojizos amaneceres o plateados reflejos de lunas llenas.
Sintió que sólo le quedaban las palabras, que como huéspedes inesperados llegaban conjuntamente con la lluvia, y en su afán de plasmar airosas su significado lo abarcaban todo.
Aventurada en escribir sobre lo que creyó nunca conocería en este paso, inventó un duende, receptor de todo su mundo interior, que despertaba de su letargo motivado por alguna melodía de Chopin, Debussy o algún otro genio de la música.
Una noche, como tantas otras, en la que se encontraba en total soledad, una brisa distinta y única envolvió a la semilla azul, imprevista y desbordadamente la emoción sacudió hasta su raíz mas profunda.
Sin proponérselo, los latidos cobraron otra magnitud, toda ella comenzó a latir de tal modo, que la coraza que la protegía se fue resquebrajando y de su interior una vida nueva emergió de las profundidades hacia la luz.
En principio cándida y sorprendida, luego ansiosa y palpitante.
La tierra se abrió y dio paso al capullo, que azorado, no podía comprender ni avizorar que pronto florecería.
Mágicamente, como en los cuentos de hadas, abiertos apenas los pétalos aterciopelados, emergió de entre ellos la mujer, la joven, la niña, la poeta, todas ellas amalgamadas en una, etérea y carnal; pudorosa y apasionada.
Decidida extendí mi mano y milagrosamente la tuya la asió con ternura.
Luego llegaron los interminables abrazos perfectos; las eternas miradas, las renovadas caricias, la desaparición del entorno y de los escenarios, las charlas amanecidas.
Aconteció el Amor que todo lo transforma, que todo lo puede.
Coincidimos en el azul, en la esperanza, en el asombro, en los ideales, en la dignidad, en las almendras, en la decencia, en los sueños, en las carencias.
Hemos compartido desde entonces, entre tantas otras cosas, el paso de alguna estrella fugaz, una lluvia asombrosa de fuegos artificiales a orillas del mar, caminatas nocturnas, días soleados, tardes lluviosas.
Hemos reído juntos, llorado juntos.
Nos acariciamos el alma. Nos lastimamos. Nos perdonamos.
Hemos jugado como adolescentes.
Nos hemos distanciado, extrañado, reconciliado. Nos hemos permitido ser cuerdos y locos, pero siempre nosotros mismos. El uno para el otro, sin temor a exponernos al ridículo. Sin orgullos infructuosos.
El verbo ha sido, es y será conjugado en primera persona, como un eterno presente indicativo de nuestro mayor logro. NUESTRO AMOR.
N. S. P.
Inexplicablemente, encapsulada en sí misma, poseía su propia universalidad de sensaciones. Universo mixturado de melodías armónicas y envolventes, que elevaban su espíritu inquieto y bohemio.
Misteriosa, aromada por nardos y jazmines, latía arrítmicamente al compás que le marcaba su propio corazón.
La niña, la joven, la mujer y la poeta habían decidido, luego de tanta historia inclemente, encaminarse hacia lo más intrínseco de sí misma y no regresar jamás al doloroso exterior.
Y la materia se volvió etérea, se consustanció tanto con el alma, que inaugurado el nuevo milenio, se fue convirtiendo en semilla y, coherente con el color que más la motivaba, decidió que sería azul.
Atesoró en ella el esplendor de las noches estrelladas; las mareas profundas, salobres como sus propias lágrimas; pinceladas de rojizos amaneceres o plateados reflejos de lunas llenas.
Sintió que sólo le quedaban las palabras, que como huéspedes inesperados llegaban conjuntamente con la lluvia, y en su afán de plasmar airosas su significado lo abarcaban todo.
Aventurada en escribir sobre lo que creyó nunca conocería en este paso, inventó un duende, receptor de todo su mundo interior, que despertaba de su letargo motivado por alguna melodía de Chopin, Debussy o algún otro genio de la música.
Una noche, como tantas otras, en la que se encontraba en total soledad, una brisa distinta y única envolvió a la semilla azul, imprevista y desbordadamente la emoción sacudió hasta su raíz mas profunda.
Sin proponérselo, los latidos cobraron otra magnitud, toda ella comenzó a latir de tal modo, que la coraza que la protegía se fue resquebrajando y de su interior una vida nueva emergió de las profundidades hacia la luz.
En principio cándida y sorprendida, luego ansiosa y palpitante.
La tierra se abrió y dio paso al capullo, que azorado, no podía comprender ni avizorar que pronto florecería.
Mágicamente, como en los cuentos de hadas, abiertos apenas los pétalos aterciopelados, emergió de entre ellos la mujer, la joven, la niña, la poeta, todas ellas amalgamadas en una, etérea y carnal; pudorosa y apasionada.
Decidida extendí mi mano y milagrosamente la tuya la asió con ternura.
Luego llegaron los interminables abrazos perfectos; las eternas miradas, las renovadas caricias, la desaparición del entorno y de los escenarios, las charlas amanecidas.
Aconteció el Amor que todo lo transforma, que todo lo puede.
Coincidimos en el azul, en la esperanza, en el asombro, en los ideales, en la dignidad, en las almendras, en la decencia, en los sueños, en las carencias.
Hemos compartido desde entonces, entre tantas otras cosas, el paso de alguna estrella fugaz, una lluvia asombrosa de fuegos artificiales a orillas del mar, caminatas nocturnas, días soleados, tardes lluviosas.
Hemos reído juntos, llorado juntos.
Nos acariciamos el alma. Nos lastimamos. Nos perdonamos.
Hemos jugado como adolescentes.
Nos hemos distanciado, extrañado, reconciliado. Nos hemos permitido ser cuerdos y locos, pero siempre nosotros mismos. El uno para el otro, sin temor a exponernos al ridículo. Sin orgullos infructuosos.
El verbo ha sido, es y será conjugado en primera persona, como un eterno presente indicativo de nuestro mayor logro. NUESTRO AMOR.
N. S. P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias por dejar tu comentario.