P R O L O G O

Quiero contarte que desde siempre me he sentido poeta, como parte de mi filosofía de vida. El mundo de las letras, es un mundo mágico que nos permite desplegar alas invisibles y emprender vuelo. A veces hacia nuestro interior, nuestro pasado o algún lugar remoto que aún no habíamos descubierto, trasponiendo enormes distancias en tan solo segundos. En ocasiones anochece siendo de día, otras, un sol inesperado nos ilumina la noche. La música, como una eterna compañera, eleva a la inspiración y las melodías junto con las palabras acarician el alma. Cuando esto sucede, solo me falta mi amado mar para que sea perfecto, contemplándolo o internándome en él logro una armonía única entre mi humanidad y la naturaleza.
Siento que la mejor mirada es aquella que se pierde en el interior de quien tenemos delante, de tal modo, que hasta olvidamos el color de sus ojos.
Por último quiero decirte que envejecer es una decisión del espíritu, por lo que resulta imprescindible no dejar morir a nuestro niño o niña interior.



17 enero 2009

MI PLUMA



Mi pluma, que henchida en sangre, a borbotones hidrataba las sedientas hojas, que ansiosas recibían el néctar de la vida, pareciera haberse secado y yace estéril sobe los pálidos y anémicos papeles, vacíos de contenido.

Mis pasos, que no caminaban, sino que corrían presurosos en la maratón irrefrenable de acortar, en tiempo record, la distancia hacia los suyos, hoy, tambaleantes, lentos, cansados y perdidos, no encuentran rumbos ciertos que le indiquen el camino.

La inspiración fugó a un remoto y lejano espacio inalcanzable; y aunque en vano intento evocarla, huidizamente juega el juego de las escondidas.

Mis manos inertes, dormidas o a veces crispadas ante la ausencia de otras manos aferradas, de dedos entrelazados, inseparables, como unidos por los mismos tendones, sólo se estremecen cuando acarician esos amados y retoñales rostros.

Los sonidos opacados, como salidos de una sordina, se distorsionan, y carentes de esas melodías que repentinamente se imponían en los oídos y se plasmaban en arpegios, apenas captan murmullos ajenos, ecos lejanos o cantarinas voces infantiles, para retornar a su cotidiana y casi habitual sordera de silencios.

La piel, otrora destino de alfarero que con sus palmas la modelaba, mar ondulante y sedoso que se arremolinaba o estremecía cuando el navegante recorría cada poro convirtiéndolo en su puerto certero, hoy sólo viste adormecida una humanidad solitaria y melancólica.

Lo que fue ya no es y hay palabras que se tornaron impronunciables, el verbo se volvió genérico e impersonal, ante la imposibilidad de conjugarlo.

El reloj, luego de tanta súplica, de implorarle que se detuviera, en pos de inmortalizar el tiempo de la magia, al fin se detuvo, más en la hora equivocada.

La juventud que orillaba adolescencia amaneció una mañana totalmente envejecida, convirtiendo a la plenitud en una monotonía que duerme la siesta de la apatía.

Las luces, los colores y sus matices perdieron nitidez, las sombras se fueron imponiendo sobre ellos hasta convertirlos en una densa e impenetrable oscuridad.

La chispeante y renovada alegría cedió paso a la desazón; la Fe y la confianza depositadas ciegamente se encuentran recluidas y prisioneras tras los muros, que implacables, fueron construyendo los desengaños.

El recuerdo ya no acaricia con tibieza y ternura al corazón, convertido en puñal lo atraviesa dolorosamente y con cada estocada agoniza tras sus débiles latidos, desangrándose indefectiblemente en cada anochecer.

Las promesas incumplidas; los juramentos rotos; la cruda indeferencia; las prolongadas ausencias; los crueles e inexcusables bautismos; el sabotaje y la excusa permanente invocaron como oscuro ritual al hastío, que fue imponiéndose hasta arraigarse en las trincheras impensadas ante este inimaginado tiempo, ausente de prolongados abrazos que dejaron de ser.

La mirada irreflejable se volvió intrínseca, las lágrimas volvieron nuevamente salobre al Alma, que en un tiempo que parece remoto y lejano, se endulzaba engolosinada y henchida de amor correspondido, y jubilosa danzaba al compás de los ensordecedores latidos.

La mujer y la poeta se han ido, emprendieron un viaje obligado para resguardarse de tanto desamor inesperado.
La poeta, lentamente ha de regresar, evocando al duende, que allá a lo lejos, le permitió mantener viva su sensibilidad.

La mujer enamorada no resucitará porque el sentimiento que verdaderamente la sustenta, fue y será, aún a sabiendas de saberse no correspondida.

La pasión quizás algunas veces, se anime asomarse por alguna rendija y se sumerja brevemente en un pequeño y cristalino lago que la refresque, para raudamente volver a ponerse a salvo de algún impertinente y ambicioso anhelo que intentara atraparla.

Pero ya no será el mar, su mar, donde candorosa, entregada, enamorada y apasionada sucumbió hasta las profundidades.
Ya no será el éxtasis, ya no el amor después del amor.

Lo sabe con total seguridad, la tristeza agorera y reconocida, vieja compañera, no hace más que confirmarlo.
Aunque a veces, cuando logra por un instante sosegar su espíritu, surja tímido el inalcanzable sueño de recuperar la sonrisa.