P R O L O G O

Quiero contarte que desde siempre me he sentido poeta, como parte de mi filosofía de vida. El mundo de las letras, es un mundo mágico que nos permite desplegar alas invisibles y emprender vuelo. A veces hacia nuestro interior, nuestro pasado o algún lugar remoto que aún no habíamos descubierto, trasponiendo enormes distancias en tan solo segundos. En ocasiones anochece siendo de día, otras, un sol inesperado nos ilumina la noche. La música, como una eterna compañera, eleva a la inspiración y las melodías junto con las palabras acarician el alma. Cuando esto sucede, solo me falta mi amado mar para que sea perfecto, contemplándolo o internándome en él logro una armonía única entre mi humanidad y la naturaleza.
Siento que la mejor mirada es aquella que se pierde en el interior de quien tenemos delante, de tal modo, que hasta olvidamos el color de sus ojos.
Por último quiero decirte que envejecer es una decisión del espíritu, por lo que resulta imprescindible no dejar morir a nuestro niño o niña interior.



22 septiembre 2010

A gardelito




Siempre con la misma vestimenta, un saco oscuro algo arrugado en su espalda; pantalones al tono; zapatos que brillaban, como dándole un poco de luz a tanto luto; una camisa no tan blanca haciendo contraste y un aire gardeliano que buscaba reflejar de exprofeso.
Siempre así vestido, como un actor que sale, noche a noche a interpretar el mismo papel insignificante en la misma obra mediocre.

Se diría que se detuvo alguna vez en el tiempo, quizás por algún misterio oculto, quizás por un gran amor no correspondido o tal vez, por la propia decisión de evadirse de una realidad que no lo conformo.

El caso es que acudía infaltablemente a la cita sin destinatarios predeterminados, tan solo solitarios que como él, vagaban en la noche, buscando algo. Quién sabe que . Y entre esas alternativas me invento que podría estar buscando un alma que transitoriamente lo contuviese, o algunas manos que lo despeinaran como alguna vez, otras manos, lo hicieron en ese remoto tiempo de la infancia.

Su mirada, falta de brillo, excepto cuando entonaba algún tango que de su garganta emanaba como salido de un antiguo y olvidado fonógrafo, se perdía en una inmensidad lejana, apartada incluso del escenario que lo rodeaba.

Reclinaba a veces su cabeza cuando el efecto de algunas copas de más, parecían vencerlo y alejarlo casi definitivamente del presente, hacia un rincón interior al que nadie podía llegar.
Su sonrisa por momentos solo era una mueca preparada para la ocasión, otras amplia, casi infantil, escondida con esfuerzo para recuperar nuevamente su casi permanente expresión.

Se podría decir que era muy joven para estar prisionero dentro de esa postura de guapo vencido del novecientos, se podría decir también, que sus experiencias superaban los años vividos, como quien ha incorporado parte de las tantas vidas que casualmente se habrán cruzado en ese caminar bohemio.

El cigarrillo siempre encendido entre sus dedos, como una constante infaltable y de vez en cuando una bocanada de humo muy espeso desdibujaba los rasgos de su rostro juvenil, que se perdía como quien se encuentra entre tinieblas.

Tenía asumido un personaje y ese personaje le permitía cobrar vida cada anochecer entre sus ocasionales e indiferentes oyentes, había cedido su propio ser en pos de esa imagen, él era en sí mismo ese personaje, no lo interpretaba y eso era evidente para quienes como yo lo quisieran ver, aun mas allá de las poses que parecían ensayadas.

Se me antoja melancólico, solitario, algo depresivo, de regreso de ese eterno sueño del triunfo no logrado, de la popularidad no adquirida, sino tan solo momentáneamente en ese barcito perdido.

Un lugar diminuto, donde el trago en la mano era una constante y el humo nebuloso empañaba los cristales, ese barcito poblado de pasos tambaleantes, de sueños inconclusos o imposibles, de romances condenados indefectiblemente a sucumbir ni bien el sol asomase indiscreto revelando cruel los rasgos detrás de la pintura, ese lugar repleto de miradas cómplices que identificaban en el otro la propia historia de sinsabores, donde irrumpimos por casualidad contrastando nuestra realidad, pero camuflándonos momentáneamente con el entorno hasta ser un habitué mas saludado afectuosamente por su nombre al llegar, ese barcito ubicado en una esquina cualquiera de un lugar cercano al mar.

Se me antoja romántico, inmaduro, enamoradizo de tanta mujer pasajera y ajena a su vida, que lo mirase tan solo con un poquito de ternura.
Se me antoja solo un testigo y nunca un interprete de la vida, de aquellos a los que siempre se les esta escapando el tren aunque lleguen temprano a la estación.

Si bien la madre naturaleza no lo había dotado de una considerable estatura, ni de un porte atractivo, no dejaba por ello de ser varonil y su tórax se expandía cuando interpretaba un tango, como un coloso queriendo alcanzar esas notas quizás algo elevadas para su tono de voz, que surgía algo metálica desde su garganta, pero que terminaba por gambetear.

Era uno mas entre todos los que desahogaban en letras y melodías, sus propias insatisfacciones, sus propias tristezas, sus propias ilusiones casi olvidadas.
Era uno más confundiéndose entre todos, pero también era él mismo, con esa imagen tan peculiar, combatiendo su introspección cuando cantaba hasta vencerla al fin, para luego huir presuroso hacia algún lugar que le permitiera desaparecer de escena y sumergirse nuevamente en su soledad.

Podría no volver jamás a ese lugar y solo pocos notarían su ausencia, pero seguramente ese lugar no sería el mismo, como no es igual una obra cuando falta parte de su decorado.
Sí... creo que encontraba en ese ambiente el decorado propicio para renacer cada noche alimentándose de los sonidos, de los aplausos luego de cada interpretación o de alguna mano sobre su hombro que lo alentara fraternalmente, como cómplice de su presente, donde algunos hombres lo reflejaban como espejos de su propia actitud, para morir nueva e inevitablemente en cada postrero amanecer en que sus demorados pasos emprendían lentamente el regreso hacia el silencio.

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