Salieron bajo la lluvia tan esperada, luego de la ola de intenso calor que parecía no querer doblegarse.
Sus risas cantarinas inundaron prontamente las veredas, corrían y chapoteaban ajenos a todo lo que no fuera divertirse y refrescarse. Danzaban a cara descubierta, radiantes y felices.
Desde mi cuarto, observando a los niños de la cuadra, recordé mi propia y lejana niñez. Ese desenfado, ese disfrute sin medir consecuencias. No pude evitar hacer una analogía con el presente que me tocaba transitar.
Abrí la ventana de par en par, cerré mis ojos mientras disfrutaba del viento fresco, como si me llegara desde mi amado mar a acariciarme el rostro, hasta sentí mis labios salobres y mi cabello, tal como me sucede cuando estoy cerca, olía a él.
Los pensamientos arribaron sin permiso y de pronto percibí, como si se tratase de una verdad revelada, que algo había cambiado en mí.
Y repentinamente entendí que un día despertamos del letargo, comprendiendo que el único tiempo que importa, que prima, que urge, es el ahora, el ya, el presente reducido tan sólo a ese microsegundo en donde nuestros pulmones se oxigenan o se inundan de humo.
Sí, hasta el aire que respiramos sigue siendo nuestra elección, ese libre albedrío que nos fue otorgado, para que al final de cuentas, no podamos evadir nuestra responsabilidad o culpemos al pobre destino, que vaga encorvado por tanto peso que la humanidad, a cargado sobre su espalda.
Supe que entonces, archivamos para siempre la brújula y el mapa. Salimos al camino decididos a disfrutar tan sólo del paso a paso y caminamos con la totalidad de nuestros sentidos, percibiendo todo aquello que, con aquel apuro cotidiano, nos había pasado inadvertido.
El pasado, cual rompecabezas incompleto, queda resumido en álbumes de fotos viejas, trozos de vida capturados por un lente, imágenes que ya no condicen con lo que nos refleja el espejo, o lo que aprehenden nuestros ojos cuando contemplamos, ocasionalmente, algunos de esos mismos partícipes años más tarde.
Los otros, los que se nos adelantaron, quedan inmortalizados en el papel y en los recuerdos.
Y el después pasa a ser una quimera utópica, incierta, un enigma, un interrogante, un sueño para un mañana.
Comprendí que se desvanecen las grandilocuencias de las metas a alcanzar y la importancia se centra en el durante, como razón valedera de la existencia; que se revela el espíritu y trasciende el continente, porque descubre que no nació para ser contenido, sino para la plena libertad.
Entonces emergemos soberanos, consustanciados con el universo que nos rodea y vemos con claridad y asombro los altos muros que construimos a su alrededor, para por fin entender que la vida se resume tan sólo en una breve aventura del alma.
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