22 septiembre 2010
EL CARRUSEL
Su vida, cual carrusel, vertiginosamente había dado una nueva vuelta, aunque como en otras tantas oportunidades, ésta no lo conduciría a ningún lugar. Giraba en círculos, cada vez más concéntricos y agobiantes. El cuerpo ya no obedecía los mandatos, torpe y macilento, apenas se sostenía en pie.
Todo el peso de la vida encorvaba su espalda y hacía mucho tiempo que su mirada vagaba, errabunda e intrínseca, hacia un lugar incierto y sombrío.
El fuego interior, que antaño alumbraba su espíritu bohemio, fue paulatinamente sucumbiendo frente a sus encantos. El ansia de tomarla entre sus manos, de estrujarla con frenesí, suplía ese cerrarlas apretando la nada más absoluta o, extenderlas para recibir la moneda que le posibilitaría la fuga de la realidad.
Ese bebérsela de a sorbos incontenibles, había superado todas las expectativas y el camino de regreso fue desapareciendo paulatinamente de su memoria.
Cual amante y compañera eterna, arribó justo cuando la soledad se volvió impenetrable, cuando la calle se convirtió en la única morada, cuando los recuerdos de la niñez se volvieron tan lejanos, que llegaron a convertirse en recuerdos de otra vida pasada, o quizás soñada.
Ella adormecía todos sus sentidos, ahuyentaba sus penas, acompañaba fielmente sus días y sus noches, formaba parte del torrente caudaloso de su sangre, humedecía sus labios sedientos de otros besos que dejaron de ser.
Dio otra vuelta, pero esta vez tan intempestivamente que cayó, como atravesado por un rayo, sobre la vereda.
Instantes después una vecina se acercaba al lugar preguntando:
-Doña María, ¿Lo conocía a ese pobre hombre?
-No, pero se notaba que era un vagabundo y que estaba alcoholizado antes de pegar la nuca contra el cordón. Contestó casi sin levantar la mirada, en tanto barría los vidrios de la vereda y se escuchaba el ulular de una sirena cada vez más distante.
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