El calor era asfixiante, necesitaba respirar, pero apenas ínfimas bocanadas de un aire, viciado y cálidamente húmedo, arribaban a mis pulmones sedientos de oxígeno. Las sienes me latían marcando un repetido compás, como si el corazón, enérgico tamborilero, determinara sus intensas pulsaciones.
Me encaminé con pasos lentos y tambaleantes hacia el escritorio, el piso se abría ante mí dejándome entrever innumerables grietas, que descendían hasta el mismo averno, a juzgar por la negrura más absoluta que por momentos, se encendía entre ríos de parpadeante lava. Intentaba con mucho esfuerzo saltarlas, inclinando mi cabeza hacia delante y cerrando los ojos, pero me encontraba tan mareada que por instantes creía que no lo había logrado, que caía vertiginosamente girando hacia atrás.
Torpemente logré asirme a la silla y mi cuerpo de desplomó sobre ella, cual marioneta a la que le cortaron todos los hilos de una vez.
Un ruido agudo y constante taladraba mis oídos y se amplificaba a cada minuto. Quería gritar, pedir auxilio, pero de mi garganta no salía ningún sonido. Sentía como si una mano invisible me estuviera estrangulando de tal modo, que ya no poseía las fuerzas necesarias para librarme de esa situación.
Las paredes, el piso, el techo, absolutamente todo lo que se encontraba en la habitación no paraba de sacudirse. Recordé que cuando niña contaban que cuando se producía un terremoto había que pararse justo bajo el dintel de la puerta, que ese era un lugar más o menos seguro, en caso de no poder salir de la vivienda, pero yo no podía moverme por más que lo intentara.
¡Y ese sonido que no paraba!
¿Sería éste el final? Me pregunté, aunque muy aturdida. Necesité escribir, dejar al menos una nota de despedida a mis seres queridos, me aferré con una mano al asiento y estiré la otra para tomar la pluma, siempre había papel sobre el escritorio, esperando que las palabras decidieran habitarlo. ¡Y ese sonido que repercutía cada vez más, un bip agudo y constante!
Con trazos temblorosos intenté comenzar, pero ni bien puse “Queridos…” todo movimiento se detuvo. ¿Sería la calma que antecede al desenlace?
En mi boca sentía un gusto metálico, el sudor me bañaba el cuerpo y mi ropa estaba mojada. Me costaba hilvanar las ideas, ubicarme en tiempo y espacio. Miré nuevamente el papel y las letras comenzaron a moverse, la tinta se transformó en sangre que brotaba de ellas y se dispersaba por todo el escritorio. Tiré mi cabeza hacia atrás y me hundí en un remolino que me jalaba con fuerza, no podía hacer absolutamente nada. De repente sentí mucho frío y mi mente quedó en blanco.
Me vi como si observara una película, estaba allí, en posición fetal, muy pequeñita y vestida de blanco, era tan diminuta como una semilla y me encontraba entre dos manos enormes que me sostenían amorosamente. Una enorme paz descendió hasta mí. Me sentí a salvo y me dormí.
Luego soñé con el jardín, mi caminata entre las rosas. Como, por descuido, una espina se me había clavado en la muñeca. La línea rojiza que apareció días más tarde y que crecía inexplicablemente. Los malestares, la fiebre, el desmayo. Todo había regresado a mi memoria.
- Hola, ¿Cómo se siente? ¡Qué bueno que esté de regreso entre nosotros! ¡Pensamos que la perdíamos! ¡Es un milagro que se haya salvado! Aguarde, voy por sus familia.
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