P R O L O G O

Quiero contarte que desde siempre me he sentido poeta, como parte de mi filosofía de vida. El mundo de las letras, es un mundo mágico que nos permite desplegar alas invisibles y emprender vuelo. A veces hacia nuestro interior, nuestro pasado o algún lugar remoto que aún no habíamos descubierto, trasponiendo enormes distancias en tan solo segundos. En ocasiones anochece siendo de día, otras, un sol inesperado nos ilumina la noche. La música, como una eterna compañera, eleva a la inspiración y las melodías junto con las palabras acarician el alma. Cuando esto sucede, solo me falta mi amado mar para que sea perfecto, contemplándolo o internándome en él logro una armonía única entre mi humanidad y la naturaleza.
Siento que la mejor mirada es aquella que se pierde en el interior de quien tenemos delante, de tal modo, que hasta olvidamos el color de sus ojos.
Por último quiero decirte que envejecer es una decisión del espíritu, por lo que resulta imprescindible no dejar morir a nuestro niño o niña interior.



22 septiembre 2010

El Jazmín


Diariamente paseaba por los floridos jardines. Observaba, con detenimiento y gran expectativa, si algún nuevo pimpollo de jazmín asomaba tímidamente entre las verdes hojas Y en esta ocasión contempló, con alegría y excitación, uno inmaculadamente blanco.
¡Cómo se deleitaba con su fragancia!
De hecho, era lejos la flor que más le gustaba en todas sus variedades.
Los había en ramilletes, de pequeños pétalos celestes y blancos. Estaban los otros, los que poseían un capullo más importante en tamaño y cuyo perfume aromaba las noches templadas, justo como el que estaba por florecer.
Los extrañaba cuando las temperaturas eran extremas.
Había leído, ya no recordaba donde, que los jazmines no soportan ni el calor, ni el frío intenso.
Más como no podía evitar que las estaciones del año se sucedieran, esperaba ansioso por el otoño o la primavera, para reencontrarse con ellos.
Más allá, en otro sector del parque, se encontraban los rosales, Una multitudinaria extensión de variados coloridos, ubicados estratégica y artesanalmente.
Otra delicia para el olfato que se gratificaba con tanta mixtura.
Algunos, contenidos en canteros circulares, habían crecido tanto que hasta resultaba muy engorroso poder podarlos.
Otros, orillaban los senderos. Altivos, magníficos, con pétalos aterciopelados, ostentaban sus flores tan codiciadas.
En tanto seguía caminando, inhalaba hondamente todas esas fragancias, que no sólo gratificaban su olfato, sino que además elevaban su espíritu.
En algún otro libro, muchos años atrás, también había leído que a las plantas hay que hablarles, pues de ese modo se mantienen mucho más sanas y viven por más tiempo.
En principio le pareció un total disparate, pero luego, según fueron pasando los años, adoptó esa práctica. Al comienzo algo temeroso que alguien lo viera y pensara que estaba para el loquero, pero como ya se sentía de vuelta de todo, no solo les hablaba, sino que hasta les cantaba, total, nadie lo observaba. Era algo entre él y “sus plantas” como le gustaba llamarlas.
Las flores silvestres, no menos bellas, también contaban con su propio espacio. Un sanjón poco profundo a una distancia prudencial de los canteros, como enmarcando la imagen en su conjunto.
Los árboles no ocupaban un lugar menor y los había de distintas especies, si bien no muchos, puesto que era muy importante que la luz de sol acariciara a las plantas.
Palos borrachos, pinos, eucalyptus, y hasta alguna que otra palmera, pero su preferido era el ombú, especialmente por su sombra.
En verano, cuando el calor arreciaba, no había nada mejor que una siesta bajo el ombú.
Por otra parte, de todos los árboles era al que más historias le había contado.
Muchas de ellas de su propia vida, otras, referidas a esos sueños inconclusos que todos poseemos en algún lugarcito del corazón.
En tanto caminaba plácidamente, una inoportuna piedra de canto rodado quedó a presión dentro de la suela de su calzado.
No era la primera vez que esto sucedía. Había pensado en otro tipo de material para el sendero, algo más llano y menos engorroso al pisar.
Solucionado el tema con su zapato, observó como un colibrí se alimentaba de las campanitas violetas, que sensación especial le causaba encontrarse con ese pequeñín a diario. Era un espectáculo verlo volar hacia atrás y hacia delante con sus diminutas alitas.
En sus paseos nunca faltaba una bolsita repleta de migas prolijamente desmenuzadas que hacía las delicias de las aves que habitaban su jardín.
La noche anterior había llovido; observó que el pasto estaba algo crecido y pensó que hacía falta cortarlo, antes que invadiera la prolijidad de todos los arreglos florales.
Se dio cuenta que estaba anocheciendo justo cuando se detuvo frente a la fuente, a la que en muchas ocasiones recurría para refrescarse.
Emprendió el regreso sin apuro.
Estiró prolijamente la frazada, algo gastada por el tiempo y la intemperie, ubicó la pequeña bolsa que contenía sus pocas pertenencias a modo de almohada y se acostó en “su banco”.
Los ocasionales visitantes del parque habían regresado a sus hogares.
Se acomodó boca arriba, con un inmenso cielo estrellado a modo de cielorraso y antes de dormirse pensó. “Mañana florecerá el jazmín”.

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