P R O L O G O

Quiero contarte que desde siempre me he sentido poeta, como parte de mi filosofía de vida. El mundo de las letras, es un mundo mágico que nos permite desplegar alas invisibles y emprender vuelo. A veces hacia nuestro interior, nuestro pasado o algún lugar remoto que aún no habíamos descubierto, trasponiendo enormes distancias en tan solo segundos. En ocasiones anochece siendo de día, otras, un sol inesperado nos ilumina la noche. La música, como una eterna compañera, eleva a la inspiración y las melodías junto con las palabras acarician el alma. Cuando esto sucede, solo me falta mi amado mar para que sea perfecto, contemplándolo o internándome en él logro una armonía única entre mi humanidad y la naturaleza.
Siento que la mejor mirada es aquella que se pierde en el interior de quien tenemos delante, de tal modo, que hasta olvidamos el color de sus ojos.
Por último quiero decirte que envejecer es una decisión del espíritu, por lo que resulta imprescindible no dejar morir a nuestro niño o niña interior.



22 septiembre 2010

A gardelito




Siempre con la misma vestimenta, un saco oscuro algo arrugado en su espalda; pantalones al tono; zapatos que brillaban, como dándole un poco de luz a tanto luto; una camisa no tan blanca haciendo contraste y un aire gardeliano que buscaba reflejar de exprofeso.
Siempre así vestido, como un actor que sale, noche a noche a interpretar el mismo papel insignificante en la misma obra mediocre.

Se diría que se detuvo alguna vez en el tiempo, quizás por algún misterio oculto, quizás por un gran amor no correspondido o tal vez, por la propia decisión de evadirse de una realidad que no lo conformo.

El caso es que acudía infaltablemente a la cita sin destinatarios predeterminados, tan solo solitarios que como él, vagaban en la noche, buscando algo. Quién sabe que . Y entre esas alternativas me invento que podría estar buscando un alma que transitoriamente lo contuviese, o algunas manos que lo despeinaran como alguna vez, otras manos, lo hicieron en ese remoto tiempo de la infancia.

Su mirada, falta de brillo, excepto cuando entonaba algún tango que de su garganta emanaba como salido de un antiguo y olvidado fonógrafo, se perdía en una inmensidad lejana, apartada incluso del escenario que lo rodeaba.

Reclinaba a veces su cabeza cuando el efecto de algunas copas de más, parecían vencerlo y alejarlo casi definitivamente del presente, hacia un rincón interior al que nadie podía llegar.
Su sonrisa por momentos solo era una mueca preparada para la ocasión, otras amplia, casi infantil, escondida con esfuerzo para recuperar nuevamente su casi permanente expresión.

Se podría decir que era muy joven para estar prisionero dentro de esa postura de guapo vencido del novecientos, se podría decir también, que sus experiencias superaban los años vividos, como quien ha incorporado parte de las tantas vidas que casualmente se habrán cruzado en ese caminar bohemio.

El cigarrillo siempre encendido entre sus dedos, como una constante infaltable y de vez en cuando una bocanada de humo muy espeso desdibujaba los rasgos de su rostro juvenil, que se perdía como quien se encuentra entre tinieblas.

Tenía asumido un personaje y ese personaje le permitía cobrar vida cada anochecer entre sus ocasionales e indiferentes oyentes, había cedido su propio ser en pos de esa imagen, él era en sí mismo ese personaje, no lo interpretaba y eso era evidente para quienes como yo lo quisieran ver, aun mas allá de las poses que parecían ensayadas.

Se me antoja melancólico, solitario, algo depresivo, de regreso de ese eterno sueño del triunfo no logrado, de la popularidad no adquirida, sino tan solo momentáneamente en ese barcito perdido.

Un lugar diminuto, donde el trago en la mano era una constante y el humo nebuloso empañaba los cristales, ese barcito poblado de pasos tambaleantes, de sueños inconclusos o imposibles, de romances condenados indefectiblemente a sucumbir ni bien el sol asomase indiscreto revelando cruel los rasgos detrás de la pintura, ese lugar repleto de miradas cómplices que identificaban en el otro la propia historia de sinsabores, donde irrumpimos por casualidad contrastando nuestra realidad, pero camuflándonos momentáneamente con el entorno hasta ser un habitué mas saludado afectuosamente por su nombre al llegar, ese barcito ubicado en una esquina cualquiera de un lugar cercano al mar.

Se me antoja romántico, inmaduro, enamoradizo de tanta mujer pasajera y ajena a su vida, que lo mirase tan solo con un poquito de ternura.
Se me antoja solo un testigo y nunca un interprete de la vida, de aquellos a los que siempre se les esta escapando el tren aunque lleguen temprano a la estación.

Si bien la madre naturaleza no lo había dotado de una considerable estatura, ni de un porte atractivo, no dejaba por ello de ser varonil y su tórax se expandía cuando interpretaba un tango, como un coloso queriendo alcanzar esas notas quizás algo elevadas para su tono de voz, que surgía algo metálica desde su garganta, pero que terminaba por gambetear.

Era uno mas entre todos los que desahogaban en letras y melodías, sus propias insatisfacciones, sus propias tristezas, sus propias ilusiones casi olvidadas.
Era uno más confundiéndose entre todos, pero también era él mismo, con esa imagen tan peculiar, combatiendo su introspección cuando cantaba hasta vencerla al fin, para luego huir presuroso hacia algún lugar que le permitiera desaparecer de escena y sumergirse nuevamente en su soledad.

Podría no volver jamás a ese lugar y solo pocos notarían su ausencia, pero seguramente ese lugar no sería el mismo, como no es igual una obra cuando falta parte de su decorado.
Sí... creo que encontraba en ese ambiente el decorado propicio para renacer cada noche alimentándose de los sonidos, de los aplausos luego de cada interpretación o de alguna mano sobre su hombro que lo alentara fraternalmente, como cómplice de su presente, donde algunos hombres lo reflejaban como espejos de su propia actitud, para morir nueva e inevitablemente en cada postrero amanecer en que sus demorados pasos emprendían lentamente el regreso hacia el silencio.

De regreso




El calor era asfixiante, necesitaba respirar, pero apenas ínfimas bocanadas de un aire, viciado y cálidamente húmedo, arribaban a mis pulmones sedientos de oxígeno. Las sienes me latían marcando un repetido compás, como si el corazón, enérgico tamborilero, determinara sus intensas pulsaciones.
Me encaminé con pasos lentos y tambaleantes hacia el escritorio, el piso se abría ante mí dejándome entrever innumerables grietas, que descendían hasta el mismo averno, a juzgar por la negrura más absoluta que por momentos, se encendía entre ríos de parpadeante lava. Intentaba con mucho esfuerzo saltarlas, inclinando mi cabeza hacia delante y cerrando los ojos, pero me encontraba tan mareada que por instantes creía que no lo había logrado, que caía vertiginosamente girando hacia atrás.
Torpemente logré asirme a la silla y mi cuerpo de desplomó sobre ella, cual marioneta a la que le cortaron todos los hilos de una vez.
Un ruido agudo y constante taladraba mis oídos y se amplificaba a cada minuto. Quería gritar, pedir auxilio, pero de mi garganta no salía ningún sonido. Sentía como si una mano invisible me estuviera estrangulando de tal modo, que ya no poseía las fuerzas necesarias para librarme de esa situación.
Las paredes, el piso, el techo, absolutamente todo lo que se encontraba en la habitación no paraba de sacudirse. Recordé que cuando niña contaban que cuando se producía un terremoto había que pararse justo bajo el dintel de la puerta, que ese era un lugar más o menos seguro, en caso de no poder salir de la vivienda, pero yo no podía moverme por más que lo intentara.
¡Y ese sonido que no paraba!
¿Sería éste el final? Me pregunté, aunque muy aturdida. Necesité escribir, dejar al menos una nota de despedida a mis seres queridos, me aferré con una mano al asiento y estiré la otra para tomar la pluma, siempre había papel sobre el escritorio, esperando que las palabras decidieran habitarlo. ¡Y ese sonido que repercutía cada vez más, un bip agudo y constante!
Con trazos temblorosos intenté comenzar, pero ni bien puse “Queridos…” todo movimiento se detuvo. ¿Sería la calma que antecede al desenlace?
En mi boca sentía un gusto metálico, el sudor me bañaba el cuerpo y mi ropa estaba mojada. Me costaba hilvanar las ideas, ubicarme en tiempo y espacio. Miré nuevamente el papel y las letras comenzaron a moverse, la tinta se transformó en sangre que brotaba de ellas y se dispersaba por todo el escritorio. Tiré mi cabeza hacia atrás y me hundí en un remolino que me jalaba con fuerza, no podía hacer absolutamente nada. De repente sentí mucho frío y mi mente quedó en blanco.
Me vi como si observara una película, estaba allí, en posición fetal, muy pequeñita y vestida de blanco, era tan diminuta como una semilla y me encontraba entre dos manos enormes que me sostenían amorosamente. Una enorme paz descendió hasta mí. Me sentí a salvo y me dormí.
Luego soñé con el jardín, mi caminata entre las rosas. Como, por descuido, una espina se me había clavado en la muñeca. La línea rojiza que apareció días más tarde y que crecía inexplicablemente. Los malestares, la fiebre, el desmayo. Todo había regresado a mi memoria.

- Hola, ¿Cómo se siente? ¡Qué bueno que esté de regreso entre nosotros! ¡Pensamos que la perdíamos! ¡Es un milagro que se haya salvado! Aguarde, voy por sus familia.

EL CARRUSEL




Su vida, cual carrusel, vertiginosamente había dado una nueva vuelta, aunque como en otras tantas oportunidades, ésta no lo conduciría a ningún lugar. Giraba en círculos, cada vez más concéntricos y agobiantes. El cuerpo ya no obedecía los mandatos, torpe y macilento, apenas se sostenía en pie.
Todo el peso de la vida encorvaba su espalda y hacía mucho tiempo que su mirada vagaba, errabunda e intrínseca, hacia un lugar incierto y sombrío.
El fuego interior, que antaño alumbraba su espíritu bohemio, fue paulatinamente sucumbiendo frente a sus encantos. El ansia de tomarla entre sus manos, de estrujarla con frenesí, suplía ese cerrarlas apretando la nada más absoluta o, extenderlas para recibir la moneda que le posibilitaría la fuga de la realidad.
Ese bebérsela de a sorbos incontenibles, había superado todas las expectativas y el camino de regreso fue desapareciendo paulatinamente de su memoria.
Cual amante y compañera eterna, arribó justo cuando la soledad se volvió impenetrable, cuando la calle se convirtió en la única morada, cuando los recuerdos de la niñez se volvieron tan lejanos, que llegaron a convertirse en recuerdos de otra vida pasada, o quizás soñada.
Ella adormecía todos sus sentidos, ahuyentaba sus penas, acompañaba fielmente sus días y sus noches, formaba parte del torrente caudaloso de su sangre, humedecía sus labios sedientos de otros besos que dejaron de ser.
Dio otra vuelta, pero esta vez tan intempestivamente que cayó, como atravesado por un rayo, sobre la vereda.

Instantes después una vecina se acercaba al lugar preguntando:

-Doña María, ¿Lo conocía a ese pobre hombre?

-No, pero se notaba que era un vagabundo y que estaba alcoholizado antes de pegar la nuca contra el cordón. Contestó casi sin levantar la mirada, en tanto barría los vidrios de la vereda y se escuchaba el ulular de una sirena cada vez más distante.

El Jazmín


Diariamente paseaba por los floridos jardines. Observaba, con detenimiento y gran expectativa, si algún nuevo pimpollo de jazmín asomaba tímidamente entre las verdes hojas Y en esta ocasión contempló, con alegría y excitación, uno inmaculadamente blanco.
¡Cómo se deleitaba con su fragancia!
De hecho, era lejos la flor que más le gustaba en todas sus variedades.
Los había en ramilletes, de pequeños pétalos celestes y blancos. Estaban los otros, los que poseían un capullo más importante en tamaño y cuyo perfume aromaba las noches templadas, justo como el que estaba por florecer.
Los extrañaba cuando las temperaturas eran extremas.
Había leído, ya no recordaba donde, que los jazmines no soportan ni el calor, ni el frío intenso.
Más como no podía evitar que las estaciones del año se sucedieran, esperaba ansioso por el otoño o la primavera, para reencontrarse con ellos.
Más allá, en otro sector del parque, se encontraban los rosales, Una multitudinaria extensión de variados coloridos, ubicados estratégica y artesanalmente.
Otra delicia para el olfato que se gratificaba con tanta mixtura.
Algunos, contenidos en canteros circulares, habían crecido tanto que hasta resultaba muy engorroso poder podarlos.
Otros, orillaban los senderos. Altivos, magníficos, con pétalos aterciopelados, ostentaban sus flores tan codiciadas.
En tanto seguía caminando, inhalaba hondamente todas esas fragancias, que no sólo gratificaban su olfato, sino que además elevaban su espíritu.
En algún otro libro, muchos años atrás, también había leído que a las plantas hay que hablarles, pues de ese modo se mantienen mucho más sanas y viven por más tiempo.
En principio le pareció un total disparate, pero luego, según fueron pasando los años, adoptó esa práctica. Al comienzo algo temeroso que alguien lo viera y pensara que estaba para el loquero, pero como ya se sentía de vuelta de todo, no solo les hablaba, sino que hasta les cantaba, total, nadie lo observaba. Era algo entre él y “sus plantas” como le gustaba llamarlas.
Las flores silvestres, no menos bellas, también contaban con su propio espacio. Un sanjón poco profundo a una distancia prudencial de los canteros, como enmarcando la imagen en su conjunto.
Los árboles no ocupaban un lugar menor y los había de distintas especies, si bien no muchos, puesto que era muy importante que la luz de sol acariciara a las plantas.
Palos borrachos, pinos, eucalyptus, y hasta alguna que otra palmera, pero su preferido era el ombú, especialmente por su sombra.
En verano, cuando el calor arreciaba, no había nada mejor que una siesta bajo el ombú.
Por otra parte, de todos los árboles era al que más historias le había contado.
Muchas de ellas de su propia vida, otras, referidas a esos sueños inconclusos que todos poseemos en algún lugarcito del corazón.
En tanto caminaba plácidamente, una inoportuna piedra de canto rodado quedó a presión dentro de la suela de su calzado.
No era la primera vez que esto sucedía. Había pensado en otro tipo de material para el sendero, algo más llano y menos engorroso al pisar.
Solucionado el tema con su zapato, observó como un colibrí se alimentaba de las campanitas violetas, que sensación especial le causaba encontrarse con ese pequeñín a diario. Era un espectáculo verlo volar hacia atrás y hacia delante con sus diminutas alitas.
En sus paseos nunca faltaba una bolsita repleta de migas prolijamente desmenuzadas que hacía las delicias de las aves que habitaban su jardín.
La noche anterior había llovido; observó que el pasto estaba algo crecido y pensó que hacía falta cortarlo, antes que invadiera la prolijidad de todos los arreglos florales.
Se dio cuenta que estaba anocheciendo justo cuando se detuvo frente a la fuente, a la que en muchas ocasiones recurría para refrescarse.
Emprendió el regreso sin apuro.
Estiró prolijamente la frazada, algo gastada por el tiempo y la intemperie, ubicó la pequeña bolsa que contenía sus pocas pertenencias a modo de almohada y se acostó en “su banco”.
Los ocasionales visitantes del parque habían regresado a sus hogares.
Se acomodó boca arriba, con un inmenso cielo estrellado a modo de cielorraso y antes de dormirse pensó. “Mañana florecerá el jazmín”.

Entre dos amores


Lunes 27 de julio

Diario de Sofía:

“Esta sensación de angustia me está superando, me asfixia.
Quiero y a la vez no quiero llegar al fondo de la cuestión. Es un contrasentido, una irracionalidad, no poseo datos ciertos, sólo indicios, sospechas, percepciones.


He leído todos y cada uno de sus libros, incluso antes de finalizarlos. He participado, como espectadora silenciosa, de todos sus proyectos desde hace veinte años y nunca antes había escrito algo así.
¿Estaré perdiendo la cordura?
Aunque ese título me alteró desde un principio. ¡No! Pablo sería incapaz de engañarme, sabe bien que me destrozaría.
Sé que estamos alejados desde hace algún tiempo, pero lo superaremos.
Voy a desechar este mal pensamiento, él no es como otros, el me ama y sabe que es el amor de mi vida.
Pero, ¿Por qué no me contó que estaba escribiendo, por que ocultó estas hojas?”

“Entre dos amores”:

... Ana poseía luz propia, todo en ella resplandecía, su mirada profunda, su inigualable sonrisa, sus delicadas manos. Irradiaba entusiasmo y ternura al mismo tiempo.
Una motivadora mixtura entre la fresca y grácil adolescente y esa atractiva mujer que asomaba en ella, cual promesa insuperable y tentadora.
Ana colmó todos mis espacios, cada una de mis perspectivas, penetró de tal forma en mi alma, que ese lugar sería suyo por toda la eternidad.
Ana es el amor y yo no puedo sustraerme a ese designio…

Martes 28 de Julio

Diario de Sofía:
“Pablo se encerró toda la tarde para escribir. Llegada la noche, cuando le dije que faltaban apenas unos minutos para la cena, me contestó que no tenía apetito.
Está extraño, silencioso, apenas me ha mirado.
Me niego a creer que todo está perdido, que nuestra historia pueda terminar.
Admito que en los últimos meses me he mantenido distante, más alterada, más malhumorada. Pero prometo cambiar, ¡no quiero perderlo, no!.
¡Dios mío, no puede pasarnos a nosotros!
¿Quién es Ana, qué vio Pablo en ella, será real o producto de mi imaginación, de mis celos? Necesito dormir, mañana veré las cosas con mayor tranquilidad.”

“Entre dos amores”:

...¡Qué fácil era imaginar mi futuro junto a ella! ¡Qué inconcebible el sólo pensamiento que no fuera así! Mi ser íntegro la reclama con locura, mi corazón desbocado marca un nuevo compás, desconocido hasta su llegada. Mi piel y su piel comulgaron en una algarabía de poros insaciables, que se estremecían con tan sólo rozarnos.
Ana, mi amor, te extraño…

Miércoles 29 de julio

Diario de Sofía:

“¿Qué hago leyendo estas páginas a hurtadillas, sin que él lo sepa?
Siento como si estuviera espiando la vida de otra persona, seguramente es una ficción y no es Pablo, mi Pablo el que se expresa de esa forma respecto de esa muchacha.
No puedo seguir metiéndome en su escritorio ni bien se marcha.
¡Estoy enloqueciendo de celos, de angustia!.
No me atrevo a enfrentarlo, a pedirle explicaciones, a preguntarle por qué cada noche se demora más en acostarse, por qué no me abraza cómo lo hacía, por qué no nos reímos juntos como antaño.
¿Cuándo dejamos de decirnos que nos amábamos?
¿Quién es Ana?”

“Entre dos amores”:

...Te necesito, necesito de tus prolongadas caricias, de nuestros interminables besos, de esas caminatas sin destino certero, de esos amaneceres sorprendidos ante nuestra desnudez.
Necesito nuevamente tu ternura, tu paciencia, tu alegría.
¡ Ana, vuelve a mí… !

Jueves 30 de Julio

Diario de Sofía:

“¡Ya no lo tolero, hoy casi rompo todas esas malditas hojas que me atraviesan el alma y matan día a día mis esperanzas! ¡Lo odio por hacernos esto, la odio sin conocerla, los odio a ambos!
¡Quiero que termine ahora mismo! ¡No puede hacerme esto, no puede engañarme!
Me cuesta respirar, me quiero morir...”

“Entre dos amores”:
...Me siento tan sólo sin tu presencia, tan vacío. No puedo ser yo mismo si no estás a mi lado. Se desvanecen todos mis sueños, mis proyectos, mi futuro si no formas parte de él.
Intento decírtelo, pero no encuentro la forma.
Hay otra mujer que se interpone entre los dos, una extraña conocida con quien ya no comparto casi nada.
¡Ana, mi vida te pertenece, es tuya querida mía… !

Viernes 31 de julio

Diario de Sofía:

“¿Una mujer? ¿Eso es lo que solamente soy para él, una extraña conocida? ¡Ingrato, mentiroso, traicionero! ¡Cómo puede hablarle así de mí! ¡Esto es una pesadilla, no puede estar pasando!
Sin embargo presiento que le habla con amor a esa intrusa, a esa que llegó para destruirnos.
Casi no puedo dormir, escucho su respiración a mi lado y me dan ganas de despertarlo, de gritarle que lo sé, que lo he leído todo.
Pero tengo miedo. Miedo de enfrentar el final.
Lo odio y lo amo al mismo tiempo, mucho más de lo que creía.”

“Entre dos amores”:

…Te la ofrezco, pues nada tiene sentido si no te tengo. Estoy dispuesto a todo, a cambiar si hace falta. Estoy dispuesto hacer lo que me pidas y más aún.
Ya no puedo mirar a esta mujer a los ojos, ya no soporto más su frialdad, su intemperancia, su disconformidad, sus enojos continuos, su falta de vuelo.
En cambio tú, amada mía, lo puedes todo tan sólo con mirarme con un poquito de ternura, con recostar tu cabeza sobre mi hombro…

Sábado 1 de agosto:

Diario de Sofía:

“Yo también estaría dispuesta a cambiar si eso me significa no perderte. No sabía que me veías así, ni yo misma me di cuenta en todo este tiempo de que me había convertido en una sombra.
¡No quiero perderlo!
En dos días cumpliríamos veinte años de casados. ¡Esto no es cierto, Pablo no puede dejarme de este modo! ¡Necesito recuperarlo! Pero cómo.”

“Entre dos amores”:

... Necesito volver a reír, te necesito a mi lado por siempre. Hagamos planes juntos, inventemos un futuro distinto, vayámonos pronto de aquí, busquemos otro horizonte que nos posibilite ser felices juntos.
Quiero alejarme de este presente que me sofoca, que me aprisiona cual carcelero cruel.
¡Te amo Ana y eso es todo lo que me importa…!

Domingo 2 de agosto


Diario de Sofía:

“¡No es posible, quiere marcharse! ¿Qué voy hacer con todo este gran amor que siento por él? ¿Cómo pedirle perdón por haber saboteado el amor que nos unía? ¿Cómo explicarle que ni yo misma sé por qué me fui aislando dentro de mí, de tal forma que lo perdí inevitablemente?
Mañana le diré que lo sé.
Mañana le rogaré que volvamos a intentarlo, lo abrazaré como antes, abriré mi corazón y le diré que aún es posible, que lo amo como el primer día, que sigo siendo su mujer.
Mañana, sí, mañana será otro día.”

“Entre dos amores”:

...Te juro que mañana se lo diré y podremos comenzar un camino nuevo, juntos, indestructibles, seguros de lo que sentimos. Un camino de a dos.
Y en las noches te tomaré entre mis brazos y susurraré cuánto te amo.
Mañana será el fin de esta soledad sin sentido.
Mañana, mi amor, será otro día”

Lunes 3 de Agosto

- Pablo, tengo que hablar contigo. Necesito decirte algo muy importante, algo que tiene que ver con ambos, pero antes de comenzar quiero decirte que te amo como el primer día y más aún.

Pablo, visiblemente emocionado, la abrazó fuertemente. Un silencio profundo invadió la sala. Él sacó de su bolsillo un estuche que contenía dos alianzas, cuya inscripción rezaba “Por siempre juntos” y se lo entregó a Sofía, junto con un libro titulado “Entre dos amores”.
Atónita y demacrada leyó la dedicatoria:

“Con inconmensurable amor, inspirado en aquélla adolescente que había en ti y que tanto extraño. Para mi único y eterno amor …Sofía."
Tuyo Pablo.

DIVAGANDO





Salieron bajo la lluvia tan esperada, luego de la ola de intenso calor que parecía no querer doblegarse.
Sus risas cantarinas inundaron prontamente las veredas, corrían y chapoteaban ajenos a todo lo que no fuera divertirse y refrescarse. Danzaban a cara descubierta, radiantes y felices.

Desde mi cuarto, observando a los niños de la cuadra, recordé mi propia y lejana niñez. Ese desenfado, ese disfrute sin medir consecuencias. No pude evitar hacer una analogía con el presente que me tocaba transitar.

Abrí la ventana de par en par, cerré mis ojos mientras disfrutaba del viento fresco, como si me llegara desde mi amado mar a acariciarme el rostro, hasta sentí mis labios salobres y mi cabello, tal como me sucede cuando estoy cerca, olía a él.

Los pensamientos arribaron sin permiso y de pronto percibí, como si se tratase de una verdad revelada, que algo había cambiado en mí.

Y repentinamente entendí que un día despertamos del letargo, comprendiendo que el único tiempo que importa, que prima, que urge, es el ahora, el ya, el presente reducido tan sólo a ese microsegundo en donde nuestros pulmones se oxigenan o se inundan de humo.

Sí, hasta el aire que respiramos sigue siendo nuestra elección, ese libre albedrío que nos fue otorgado, para que al final de cuentas, no podamos evadir nuestra responsabilidad o culpemos al pobre destino, que vaga encorvado por tanto peso que la humanidad, a cargado sobre su espalda.

Supe que entonces, archivamos para siempre la brújula y el mapa. Salimos al camino decididos a disfrutar tan sólo del paso a paso y caminamos con la totalidad de nuestros sentidos, percibiendo todo aquello que, con aquel apuro cotidiano, nos había pasado inadvertido.

El pasado, cual rompecabezas incompleto, queda resumido en álbumes de fotos viejas, trozos de vida capturados por un lente, imágenes que ya no condicen con lo que nos refleja el espejo, o lo que aprehenden nuestros ojos cuando contemplamos, ocasionalmente, algunos de esos mismos partícipes años más tarde.

Los otros, los que se nos adelantaron, quedan inmortalizados en el papel y en los recuerdos.

Y el después pasa a ser una quimera utópica, incierta, un enigma, un interrogante, un sueño para un mañana.

Comprendí que se desvanecen las grandilocuencias de las metas a alcanzar y la importancia se centra en el durante, como razón valedera de la existencia; que se revela el espíritu y trasciende el continente, porque descubre que no nació para ser contenido, sino para la plena libertad.

Entonces emergemos soberanos, consustanciados con el universo que nos rodea y vemos con claridad y asombro los altos muros que construimos a su alrededor, para por fin entender que la vida se resume tan sólo en una breve aventura del alma.

Extrañándolos





Hoy me siento prisionera de un presente solitario, cautiva de esta nostalgia que me invade porque sí.

Cual prófuga, huyo presurosa a resguardarme del silencio, anclando mi recuerdo en aquel tiempo inmemorial. Evocación de un pasado, colmado de mágicas tardes musicalizadas con risas cantarinas, de canciones infantiles, de meriendas que aromaban el entorno, de sillas ocupadas diariamente alrededor de la mesa familiar, la misma que ahora contemplo vacía de sus presencias.

Reminiscencia de noches arropadas, de cuentos murmurados a orilla de sus camas, de alguna que otra línea de fiebre que ameritaba triplicar los mimos para aliviar sus nanas, de juguetes desparramados por la casa.

Entre lágrimas y sonrisas repaso las escenas una a una y mi memoria de madre, recorre cada recoveco en la búsqueda ambiciosa de recuperar, al menos unos instantes, a esos niños que hoy son hombres.

Esperanza


Se acercó ansioso a la vidriera, corrió con su manito sucia esos rulos rebeldes que insistían en derramarse a su antojo por la frente, tapándole incluso la visión y, con la ñata pegada al vidrio, contempló por largo rato esas zapatillas de cuero que tanto le gustaban.

Cuando su respiración empañaba el cristal, se alargaba el puño del pullover, varios talles más grande que su tamaño, y cuidadosamente lo pasaba en círculos para seguir siendo espectador de ese calzado, inalcanzable a su realidad.
Llegarse cada noche hasta la puerta de ese local se había convertido casi en un rito. Se pasaba paradito allí algo más de dos horas, igualmente no había donde ir o que hacer.

Nadie lo esperaba. Nadie notaba su ausencia y lo que es peor, nadie notaba tampoco su presencia.

Reparaba minuciosamente en cada detalle, en la suela anatómica, en esos cordones vistosos, en lo alto del talón. Se imaginaba lo cómodas que serían y lo calentitas.
En lo que nunca se terminaba de decidir era en el color.

Sus ojos redondos y enormes se detenían un rato en las blancas con tiras azules y otro en las azules con tiras blancas, pero cuanto más las miraba más indeciso estaba.

Luego, con el pensamiento aún en ellas, se dirigía a la plaza, donde otros como él se amontonaban entre los cartones.

A veces se dormía sin comer. Otras, las menos, compartían lo poco que habían encontrado entre la basura.
Hurgar en ella era habitual y en ocasiones le resultaba insólito lo que la gente tiraba, como aquél abrelatas que había encontrado el verano pasado y que guardaba en un lugar secreto, aunque nunca tenía una lata para usarlo.

En tanto caminaba, el aire frío enrojecía su respingada nariz.

-Mañana iré hasta la feria . - Decidió justo cuando cruzaba la última avenida. Allí, seguramente algún puestero le daría algo para comer.

Instantes después pasó delante de varios, que como él , dormían en la calle, estiró con cuidado unos cartones, previo pisar algunos insectos que habitaban el lugar.

Se acostó deseando que el invierno pasara pronto, junto a él se acomodó Pancho, un perro raza cordón que lo acompañaba a todas partes y oficiaba de familia.

Antes de cerrar sus hermosos ojos de color verde claro, como la esperanza, pensó:

-...Algún día ganaré una carrera con ellas.-