El deseo
El Bosque Encantado era un lugar paradisíaco, del cual se contaban historias y mitos increíbles, mágicos, al que arribaban todos los años miles de turistas.
La Aldea de los Artesanos, ubicada a unos cuarenta kilómetros del bosque, era el sitio elegido por los contingentes para hospedarse, por lo que absolutamente todos sus habitantes, realizaban actividades dedicadas a satisfacer las necesidades de los visitantes, los cuales partían maravillados, no sólo por la belleza natural, sino también por la gastronomía y la hotelería.
Los restaurantes ofrecían comidas típicas e internacionales, las Casas de Té, como solían llamarlas los aldeanos, eran famosas por sus postres caseros.
Dado que el frío imperaba la mayor parte del año, las chocolaterías ostentaban deliciosos productos muy requeridos.
Las hosterías, con su edificación típica de zona de montaña, sus comedores amplios y calefaccionados a leña, sus grandes ventanales, los cuales permitían a los comensales no perder de vista el majestuoso panorama, estaban todo el año habitadas excepto en el mes de noviembre, en donde se cerraba el paso al bosque como medida de protección de su fauna, dado que era el tiempo de procreación de muchas especies.
Se podría decir que todos los habitantes de la aldea se tomaban ese mes de vacaciones.
Como todo sitio turístico de gran demanda, no podían faltar los artesanos, los cuales eran numerosos y de allí el nombre de la aldea.
Ellos tenían su propio espacio para ofrecer sus artesanías de todo tipo, armaban mesones en donde exhibían trabajos bellísimos y originales hechos con sus propias manos.
Sebastián se dedicaba a tallar madera desde muy pequeño, tomaba un trozo de alguna rama caída y comenzaba lentamente a darle forma. Lo extraño en él era que nunca se predeterminaba a realizar una figura, ellas, como si tuvieran vida propia, iban mostrándose de a poco, como si hubieran estado allí esperando que alguien las liberara.
El joven, de unos veinticinco años, con rasgos entre aniñados y varoniles, alto, atlético, de ojos color turquesa y piel algo aceitunada por el sol, era oriundo del lugar.
Hijo único de Juan, uno de los herreros más prestigiosos, que había intentado en vano transmitirle su vocación, pero como Sebastián, además de artesano era músico, cuidaba sus manos del rigor de la herrería, ya que amaba interpretar su guitarra.
Era un virtuoso de ese instrumento, por lo que Juan, ni bien su hijo cumplió los quince años, tiempo doloroso para ambos dado que fue en ese año en que la madre del joven falleció, en honor a ella, que adoraba escucharlo, no volvió a insistirle.
Noviembre era muy esperado por Sebastián, ya que todos los fines de semana de ese mes, tomaba su guitarra, la mochila y la bicicleta que su padre le había hecho, y acampaba en el bosque, siempre en el mismo paraje ubicado a orillas de uno de los recodos del río, justo donde estaban los añosos e imponentes alerces.
Disfrutaba enormemente de los sonidos de la naturaleza, el canto de las aves, el correr del agua cristalina por entre las piedras, gustaba de nadar en la hoya formada por el río.
Esas estadías eran mágicas, renovaban sus energías, lo inspiraban para componer melodías o realizar hermosas figuras talladas, que luego vendería en su puesto.
Desoía los rumores sobre que era peligroso quedarse de noche en el bosque, dadas las historias típicas de esos lugares, las que se referían a seres mitológicos, a ruidos extraños y atemorizantes, en fin, a ese folclore popular que abunda y que va de boca en boca hasta convertirse en leyenda.
Selene conocía y amaba cada rincón del bosque, había pasado toda su existencia en él, le fascinaban sus aromas, la gama de todo tipo de verdes, quería y admiraba a los imponentes árboles que se alzaban como colosos, jugaba con las luciérnagas que iluminaban como estrellas diminutas el paraje, acariciaba a los ciervos y gacelas, se divertía con las ardillas, disfrutaba de cada espacio y de cada animalito que habitaba el lugar.
Siempre se había sentido colmada de felicidad, plena, alegre, sin ambiciones que no fueran vivir allí y ser parte de esa naturaleza, hasta que un mes de noviembre, dos años atrás, realizando uno de sus recorridos nocturnos oyó un sonido que nunca antes había escuchado.
Provenía del lugar de los alerces y dado que era de noche, no podía ser el canto de un ave. Intrigada, curiosa y subyugada por esa melodía, se fue acercando sigilosamente hasta situarse justo detrás del árbol más grande.
Fue en ese instante en que todo su mundo cambió. Observó detenidamente a un joven que acariciaba una madera con cuerdas de donde provenía la música.
El cabello algo largo de él y la oscuridad que imperaba, no le permitía ver sus rasgos con nitidez, hasta que una ráfaga movió las hojas y los rayos plateados de la luna asomaron entre ellas, justo cuando Sebastián alzó su mirada hacia el cielo estrellado.
Selene sintió algo muy fuerte que no podía entender, pero que le producía una emoción hasta entonces desconocida, esos bellos y expresivos ojos color turquesa se convertirían pronto en su devoción.
Él no se percató de su presencia, ella sabía bien como ocultarse, no obstante lo contempló durante las dos noches que pasó acampando, reclinada sobre el árbol palpitó con las canciones, con lo aterciopelado de su voz, se maravilló cuando talló un cervato en un trozo de madera, lo vio nadar en la hoya iluminado a pleno por la luna llena, lo contempló, sereno y plácido, mientras dormía y veló sus sueños.
A partir de esa noche, ese sería el lugar en donde ella esperaría ansiosamente su llegada y así sucedió por cuatro fines de semana, en los cuales Selene se enamoró perdidamente, aún sabiendo que se trataba de un amor imposible, dado que ella era un hada y no una mujer.
Al llegar el quinto, él no regresó... Aunque ella igualmente acudía impaciente, expectante en volverlo a ver.
En tanto transcurrieron las semanas fue descubriendo otra sensación desconocida que le oprimía el alma, por primera vez sentía tristeza y también por primera vez tenía noción del tiempo.
Cuando había perdido la esperanza de volverlo a ver y pasado un año, imprevistamente escuchó las melodías nuevamente, esas que había evocado y hasta cantado, entre los animales del bosque que intentaban en vano consolarla.
Su corazón dio un brinco y no le llevó ni un segundo llegarse hasta el mismo árbol. Sí, era él, era Sebastián nuevamente, era el amor que desbordaba todo su ser. Así transcurrió el mes de noviembre en el que Selene no tuvo ojos más que para él, sabiendo que al terminar pasaría nuevamente un año recordándolo.
Esta vez fue tal su tristeza, que hasta supo lo que eran las lágrimas, entonces, el hada mayor, que desconocía el motivo de su gran cambio ya que ella lo había guardado como un secreto, muy preocupada la convocó para conversar.
Le preguntó que le sucedía, por qué ya no era la misma jovial, risueña y joven hada que disfrutaba del bosque.
Cuando escuchó toda la historia quedó impactada, nunca antes un hada se había enamorado de un humano, era algo impensado, aunque no podía negar que la existencia de ese sentimiento en ella era cierta.
Siempre se ha sabido que estos seres han tenido por misión cumplir los deseos de algunos mortales, era la primera vez que la reina de las hadas iba a tener que cumplir el deseo de otra hada.
Selene fue precisa en lo que deseaba. Ella le pidió que durante las noches de todos los fines de semana, del mes de noviembre del año entrante, la convirtiera en una mujer.
Aún a sabiendas que sería por un tiempo muy limitado, dado que no podía renunciar definitivamente a lo que era, lo único que deseaba era poder ser una mujer ante los ojos de Sebastián.
La reina le pidió que la dejara meditar al respecto, puesto que jamás había sucedido algo igual, pero como el amor es el sentimiento más noble sobre la tierra, accedió.
Fue así que Selene pasó esos meses pensando en cuales serían sus vestimentas, como se vería sin alas y sobre todo, si podría caminar en lugar de volar. Quería verse hermosa ante él.
El hada mayor le advirtió que sólo podría aparecer ante Sebastián cuando durmiera, ella lo despertaría y luego cuando se volviera a dormir, todo lo vivido pasaría a ser un sueño para él.
Los meses pasaron rápidamente y llegó la noche del primer viernes de noviembre.
Ella está radiante y bellísima, él está dormido y llega el momento tan esperado.
Selene va descalza, pisando con cuidado, parece evitar que se rompan sus medias de nylon, esas que por primera y única vez, lucirá en sus contorneadas y bellas piernas, esas que completaron el atuendo de esa mujer en la que se transformó por amor.
El mes pasó mágicamente. Ella volvió a su naturaleza atesorando la tibieza de sus labios en ese primer beso y esa estatuilla de madera que él tallo con su imagen.
Sebastián, en tanto, espera ansioso cada mes de noviembre para volverla a soñar.
Fin