La tristeza, mi tristeza, el dolor, mi dolor, apenas una conjunción gramatical entre artículos y pronombres posesivos, pero en el alma como duele, como desgarra, como descarna cada átomo, cada poro, cada minúscula porción de piel.
Es casi inimaginable como en un instante el mundo se derrumba frente a nuestros ojos, y nada puede evitar el desenlace fatal. Nada puede interponerse frente a la verdad más cruda, más desgarradora, más devastadora de nuestra interioridad.
Como en un segundo nos convertimos en otra persona siendo la misma.
Es como si toda nuestra realidad, nuestra seguridad, nuestra fe, nuestra cordura, se desvaneciera por completo y las palabras, las excusas, las negaciones, distracciones, evasiones, no alcanzaran para paliar el final que se impone ante los hechos concretos.
Entonces nada alcanza, ni el amor que todo lo podía, que todo lo superaba, ese amor indestructible cede paso ante la mentira más cruel.
Y esa misma mentira deja sin efecto al presente, interrumpe por completo al futuro y carcome hasta devorarlo íntegramente al pasado, apropiándose de todos los recuerdos que dejan de ser tales.
Entonces nos convertimos en corazones muertos que inexplicablemente siguen latiendo como autómatas, entonces la sangre se congela aunque la realidad gélida no alcance a detener su torrente.
Y las lágrimas con un caudal inagotable no llegan a desahogar tanta pena. La mirada se ahueca, pierde brillo, se sumerge en la nada misma.
El vacío se hace palpable, no hay caminos de regreso, no hay salida, no hay escape ni consuelo.
Los días, meses, años que habían sido sustentados por algo que nunca existió desaparecen como si nunca hubieran sido.
No hay donde refugiarse, hacia donde correr para encontrarse, no hay espacio que nos contenga, que nos consuele.
Las únicas certezas se sustentan en lo que ya no volverá a ser jamás.
Nada volverá a ser lo que era, ni yo misma.
Nada fue lo que pareció ser.
Todo se resume a mi propio invento, y la mujer que creí ilusamente que era para tus ojos se esfumó. La inspiradora, la especial, la seductora, la única, la hembra sucumbe ante el hecho de ser una más.
Un prototipo de senos abundantes, piel tersa, manos delicadas, labios apetecibles, tonalidades pálidas combinadas con púrpuras delicados.
Todo se vuelve impersonal, apenas un clon de otros clones parecidos que provocan las mismas sensaciones, candores, pasiones, deseos, anhelos, exabruptos.
Todo fue tan nítido, concreto, real, como si indiscretamente hubiera contemplado esa intimidad desde una rendija de mi ventana.
Las palabras, las frases, las intenciones idénticas dieron por tierra con la exclusividad, malograron el milagro y lo convirtieron en irrepetible, mundano, sucio.
Pero pese a todo y más allá de todo hubieron diferencias que solo yo sé, que sólo yo comprendo. Falto mi vuelo, mi profundidad, mi compromiso con los valores, mi entrega, mis principios, mi delicadeza, mi pudor.
Ingenua e infantilmente no podré comprender jamás como pudo resultarte hermosa, seductora, atractiva y deliciosa ella, que mostraba su desnudez a la distancia, en tanto él dormía en una habitación contigua.
Cómo alguien tan desleal, superficial y vana pudo provocarte esa pasión que trascendía la imagen y que te instó a desear vivir el amor después del amor.
Pues a este inexplicable, solo puedo refutar desde lo más profundo de mi ser, que para llegar a esa instancia es imprescindible que exista AMOR, ese amor que yo sentí profunda e infructuosamente por alguien que hoy sé, nunca existió.
03 marzo 2011
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